Este jueves 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Es por ello por lo que me gustaría aprovechar para sensibilizar a la población sobre un trastorno del que mucho se habla, pero se conoce poco. Se trata del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), uno de los trastornos más diagnosticado en la infancia y en la adolescencia. Se estima que en torno a un 5-7% de los menores lo padece y suelen ser señalados, castigados y estigmatizados por tener un trastorno que ellos no han decidido tener. Siempre comento que la solución no es culpar ni juzgar, sino más bien comprender.
Son muchas las consecuencias que tiene el hecho de no diagnosticar, atender ni tratar adecuadamente a una persona con TDAH. Por poner solo algunos de los muchos ejemplos que podríamos exponer, un estudio llevado a cabo en 2011 por Russell Barkley, psicólogo e investigador norteamericano, concluía que los padres de los niños con TDAH tienen tres veces más probabilidades de separarse o divorciarse; o, si nos centramos en la etapa adulta, la tasa de fumadores en esta población es tres veces superior. Estas consecuencias se deben, entre otros motivos, a la gran dificultad que tienen para controlar sus impulsos, gestionar sus emociones y manejarse en el ámbito social de manera adaptada.
Entre los síntomas, además de los principales que son la dificultad para concentrarse, la impulsividad y la hiperactividad, encontramos una serie de síntomas secundarios que merece la pena, al menos, mencionar. Las personas con TDAH tienen una muy baja tolerancia al aburrimiento, les cuesta planificar el futuro y anticiparse a las consecuencias de sus actos, motivo por el que prefieren los objetivos a corto plazo. Además, son niños que suelen tener dificultades en la autorregulación de sus emociones e impulsos, lo que les puede llevar a conflictos sociales y a un gran sufrimiento personal. Suelen experimentar más emociones desagradables como miedo, vergüenza o tristeza, y ver cómo la autoestima se ve negativamente afectada. En cuanto a las tareas escolares, estos alumnos están desmotivados. Es importante saber que el hecho de que un menor se pueda concentrar durante horas en una tarea no descarta que tenga este trastorno, pero sabemos que necesitan una motivación extra para concentrarse, algo que las personas que no padecen este trastorno del neurodesarrollo no precisan.
Por todo ello, las personas con TDAH suelen recibir una gran cantidad de etiquetas, pero quizás dos de las más frecuentes son vagos y desobedientes. No me cansaré de decir que no existen los niños vagos. Este adjetivo no es más que la impresión u opinión de un adulto sobre el comportamiento o actitud de un niño. Le digo a mi hijo que es un vago porque no hace lo que yo quiero que haga. No cumple con mi expectativa adulta. Por este motivo se merece el calificativo de vago. No podemos etiquetar o señalar a nuestro hijo de vago en función de si hace lo que nosotros pretendemos que haga o no. Habrá otras áreas en donde no se comporte de forma vaga, ya que la tarea le motiva o simplemente le gusta. La vaguería, bajo mi punto de vista, no es una característica que se pueda atribuir a las personas. De la misma manera, desobediente es una etiqueta igualmente injusta. El hecho de que un niño o un adolescente se comporte de forma oposicionista o desafiante tiene un motivo, una razón. Una vez más, no es un rasgo de su personalidad.
¿Sabéis qué frase es una de las más pronunciadas por los menores con TDAH? “Lo siento”. Son tan conscientes de lo que hacen mal y los adultos nos encargamos de repetírselo tantas veces que, ante la vergüenza, la culpa y el miedo a nuestro enfado suelen repetir esta frase hasta la saciedad. En ocasiones, estos menores son humillados y avergonzados en público por conductas que llevan a cabo de forma inconsciente y reactiva, es decir, que no tienen control sobre su comportamiento, aunque los adultos, en ocasiones, creamos que sí. El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo, lo que implica que el desarrollo cerebral de una persona con esta patología adquiere los hitos del desarrollo de una manera más tardía que una persona de la misma edad que esté libre de trastorno. ¿Qué ocurre a nivel cerebral? Los estudios realizados con resonancia magnética han puesto de manifiesto que la corteza prefrontal de estos pacientes es más pequeña. Es curioso y paradójico que su hiperactividad e impulsividad esté causada por un hipodesarrollo de su corteza prefrontal.
En conclusión, las personas que rodeamos a los afectados por TDAH debemos ser conscientes de que hacer sentir mal y avergonzar a estos niños por cometer errores o descuidos no sirve más que para minar su autoestima y autoconfianza. Tengamos en cuenta que las dificultades de concentración, la impulsividad, el procesamiento cognitivo lento y la escasa motivación ante tareas que consideran monótonas y aburridas es algo que ellos no pueden controlar, ya que son los síntomas de un trastorno que ellos no han elegido. Como bien decía el psicólogo y psicoanalista germano-estadounidense Erik Erikson: “No confundas al niño con sus síntomas”.