Una de las situaciones que más preocupan a las madres y a los padres es ver a nuestros hijos sintiendo una emoción muy intensa y desagradable. Cuando están tristes, en plena rabieta o sienten miedo, los adultos nos enfrentamos al gran reto de calmarles. No es tarea sencilla regular y devolver a la calma a un menor enfadado o que siente miedo, pero si conocemos un poquito su cerebro es posible que podamos ayudarle más y mejor.
Las amígdalas son dos regiones del cerebro con forma de almendra situadas debajo de la corteza cerebral y que tienen mucha relación con el mundo de los afectos. El cerebro es tremendamente complejo, pero las amígdalas son una de las estructuras que están más conectadas con las emociones desagradables como el miedo, la rabia, el asco, la tristeza, etcétera. Gracias a las amígdalas cerebrales podemos sentir este tipo de emociones y también podemos activar alguna de las reacciones que se ponen en marcha cada vez que detectamos un peligro: lucha, huida o parálisis.
El miedo es la principal emoción que nos moviliza a todos y las amígdalas cerebrales son las estructuras más arcaicas que hay en nuestro cerebro para detectar posibles amenazas a nuestro alrededor. Tanto es así que el neurocientífico Joseph E. LeDoux llama a las amígdalas “el centro del miedo”. Son las responsables de analizar de manera automática e inconsciente todas las expresiones faciales y no verbales con las que se topa el menor. Por este motivo es tan importante entender que para poder regular y calmar a nuestros hijos debemos partir de una relativa calma y control, algo que no siempre es posible. El cansancio, el estrés y el desconocimiento son los grandes adversarios de los adultos en estas situaciones. Las investigaciones realizadas con técnicas de neuroimagen han demostrado que el cerebro solo necesita de unos 33 milisegundos para detectar señales de miedo en el rostro de las personas que nos acompañan. El lector entenderá la importancia y relevancia del lenguaje no verbal.
Ya sabemos que las amígdalas cerebrales codifican y nos permiten sentir emociones de defensa, pero dichas emociones no se regulan en las mismas amígdalas, sino que necesitamos de estructuras superiores y neocorticales para regresar al ansiado equilibrio.
Las emociones surgen en el sótano del cerbero, mientras que la regulación de dichas emociones es una tarea del cerebro superior o del ático del cerebro. En concreto, una parte de la corteza prefrontal denominada corteza orbitofrontal es la encargada de controlar los impulsos, instintos y emociones que surgen en la zona inferior de nuestro cerebro. La investigación con adultos ha demostrado que lesiones en la corteza orbitofrontal impiden que podamos controlar y regular nuestros impulsos y afectos. Sería como un regreso a la infancia, pues el niño, al no tener suficientemente madura dicha estructura, no puede evitar enrabietarse y sentir miedo sin que un adulto le regule. Sus amígdalas cerebrales campan a sus anchas. Esto también nos demuestra que cuando activamos las zonas prefrontales del cerebro lo que estamos haciendo es gestionar y silenciar a las amígdalas cerebrales. Cuanto más potenciemos y desarrollemos la corteza prefrontal de nuestro hijo, mejor gestión emocional tendrá.
Ahora bien, hay una diferencia muy importante entre las estructuras del sótano cerebral como las amígdalas cerebrales y el ático cerebral. Las primeras estructuras son, en esencia, innatas, mientras que las zonas neocorticales como la corteza orbitofrontal se aprenden gracias a los adultos que nos acompañan a lo largo de la infancia y adolescencia. Por este motivo, validar y normalizar las emociones que sienten nuestros hijos es imprescindible para promocionar su salud mental. Algo tan sencillo como nombrar la emoción que siente nuestro hijo en un momento dado hace que las amígdalas cerebrales vayan perdiendo fuerza y que la corteza orbitofrontal las vaya silenciando. Es normal que nuestros hijos sientan un sinfín de emociones en su día a día; esto pertenece a su cerebro inferior. Es nuestra tarea como padres y maestros estimular su cerebro superior, y en concreto, su corteza prefrontal para hacer que los afectos y los pensamientos se coordinen de manera fina y elegante.