Los primeros días de septiembre son sinónimo de comienzo de clases escolares después de más de dos meses de vacaciones veraniegas. Reanudar la rutina puede llegar a ser duro y difícil para los niños, especialmente para los más pequeños. Después de pasar la época estival con sus padres y de llevar una dinámica muy diferente a la del curso académico, algunos chiquitines lo pasan realmente mal en esos días de transición. Una de las preguntas más frecuentes que nos hacemos las madres y los padres cuando dejamos a nuestros hijos los primeros días de clase es la siguiente: ¿es normal que mi hijo se quede llorando cuando le llevo al colegio en sus primeros días? Empecemos por el final. Sí, es completamente normal. Es más, podemos decir que es lo más sano que puede hacer, ya que está manifestando su tristeza, miedo e inconformidad por tener que quedarse en la Escuela Infantil cuando, en realidad, quiere estar con sus padres, algo a lo que ha estado acostumbrado en las últimas semanas.
Para poder comprender lo que ocurre en los primeros días de clase, siempre explico una conocida investigación que llevó a cabo Mary Ainsworth hace varias décadas llamada la situación extraña. En dicho estudio, llevado a cabo en un laboratorio, un niño de aproximadamente un año, accede junto a su madre a una habitación de laboratorio con varios juguetes. Después de unos breves minutos de tanteo, accede a la habitación una persona extraña. Es interesante observar cómo reacciona el pequeño cuando entra la extraña en la sala. Algunos niños se aferran a su madre, mientras que otros continúan jugando con los juguetes como si nada ocurriese. En determinado momento, la progenitora abandona la habitación, dejando al niño solo con la persona.
¿Cómo reaccionará el menor ante la desconocida? ¿Cómo crees que reaccionaría tu hijo ante dicha situación? Pasados unos minutos regresa la madre a la sala. Lo interesante es ver cómo recibe el niño a su madre: ¿Se deja calmar por ella? ¿Cuánto tarda la madre en calmar a su hijo? ¿Cuánto tarda el niño en separarse de su madre para volver a jugar? Acabo de describir de manera somera cómo es el proceso básico de la situación extraña. ¿No os parece que tiene mucho que ver con los primeros días de clase?
Veamos ahora cómo suelen reaccionar los padres y los niños ante los cambios que he descrito en la situación extraña en función del tipo de apego que tienen. Los padres con apego seguro, que suponen aproximadamente un 60% de la población, suelen responder a las necesidades que presentan sus hijos de manera sensible, respetuosa y previsible. Los niños que tienen progenitores con apego seguro aprenden a confiar en sí mismos y en sus capacidades, ya que sus padres son capaces de protegerles ante situaciones en la que sienten miedo o peligro, mientras que por otro lado, fomentan su autonomía y carácter explorador. Como decía la propia Mary Ainsworth, el apego seguro es el equilibrio flexible entre la protección y la autonomía.
Ahora bien, ¿qué pasa con aquellos niños que tienen padres con alguno de los tres tipos de apego inseguro? Los padres con apego evitativo suelen mostrar una actitud y un comportamiento indiferente e insensible hacia las necesidades de sus hijos. Es por ello que en la situación extraña, el niño evitativo se muestra más interesado en los juguetes que hay en la sala que en su propia madre. Tienden a reforzar más los aspectos materiales que los emocionales. Si esto mismo lo extrapolamos a los primeros de colegio, minimizan o no le dan importancia al llanto del niño y a sus miedos. Además no les dan explicaciones ni respuestas sensibles a sus demandas. Esta manera de comportarnos hará que el día de mañana nuestros hijos tengan serias dificultades para conectar con los demás y tengan relaciones superficiales.
Por este motivo es tan importante que nos mostremos interesados por el mundo emocional de nuestros hijos y conectemos con sus miedos, alegrías y momentos de injusticia. Lo que caracteriza a los padres ambivalentes es su inconsistencia y falta de regularidad, ya que no tienen un patrón de actuación claro y estable. Estos padres pueden ser sensibles en algunas ocasiones, mientras que en otras situaciones se muestran desconectados de las necesidades de sus hijos y, hasta incluso, pueden llegar a mostrarse agresivos ante sus demandas. Esta manera tan variable de actuar provoca en sus hijos una constante sensación de inseguridad, ansiedad y ambivalencia. Dado que los padres con apego ambivalente a veces responden de manera sensible a las necesidades de sus hijos y en otras ocasiones no lo hacen, esto provoca una especie de “refuerzo intermitente” que, al igual que las máquinas tragaperras, hace que el niño se muestre más dependiente y cerca físicamente de su figura de apego. El niño con apego ambivalente en la situación extraña rara vez se va a separar de su madre para irse a jugar, ya que tiene un miedo muy grande a que su madre se marche cuando él se despiste. Al igual que en el apego ambivalente se produce una activación exagerada del apego, en el apego evitativo se minimiza o enfría. Podemos decir que el apego evitativo manifiesta una gran dificultad para la conexión emocional con los demás, mientras que el apego ambivalente manifiesta un miedo excesivo a la desconexión de su principal figura de referencia.
En el apego desorganizado, se produce una desconexión significativa entre los padres y el menor con motivo del miedo que tienen los padres o bien del miedo que provocan en el niño. En este tipo de apego se produce un “doble vínculo”, ya que la persona que está llamada a proteger y cubrir las necesidades del menor es la misma que le provoca miedo e inseguridad. Esto se puede explicar cerebralmente de la siguiente manera: cuando el niño siente miedo, su cerebro emocional tiende a su madre/padre para ser protegido como hemos heredado durante miles de años de evolución. Sin embargo, este impulso desarrollado durante muchos años, se topa con que su cuidador principal es una fuente de terror y desprotección. Su cerebro de supervivencia le impulsa en la dirección contraria: huye de tu cuidador puesto que te hace daño. Por eso, al apego desorganizado se le conoce como “doble vínculo”, ya que el niño tiende a su cuidador, pero, al mismo tiempo, necesita huir de él por el daño y el miedo que le provoca. Dilema difícil de resolver, ¿verdad? Las consecuencias del apego desorganizado, presentes en un 5-10% de la población infantil, implican problemas conductuales, dificultades en la regulación de las emociones, problemas de relación, disociación, etc.
En conclusión, si tu hijo pequeño llora los primeros días que lo dejas en la Escuela Infantil o en el colegio, no te preocupes; además de ser normal, también es sano y adaptativo. Aquí os dejo algunas pautas o ideas que quizás os puedan servir para estos primeros días de escolarización:
- Si tu hijo llora es porque está expresando su inconformismo de quedarse ahí. Le gustaría estar contigo, pero si le estás llevando a la escuela infantil, es probable que no sea posible.
- Legítima y normaliza todas sus emociones: pueden mostrar tristeza, rabia, miedo, celos, etc. Todas las emociones que exprese tu hijo son válidas y deben ser legitimadas.
- Dale tiempo para que se adapte. Unos niños tardan menos y otros más. Cada uno tiene su propio ritmo.
- Unos días antes de que comience la escuela infantil, explícale que va a comenzar el cole y descríbeselo de la manera más concreta posible. La mentira nunca es una opción por muy dolorosa que sea.
- Lo ideal es un periodo de adaptación gradual a la escuela infantil, pero no todos los centros educativos disponen de esta opción.
- Empodera a tu hijo: dale mensajes de que es capaz de enfrentarse al reto de comenzar el colegio, de separarse de mamá y papá y que lo va a hacer genial.
Mucho ánimo para todas las familias, niños y niñas que en estos días dejan atrás un largo verano para enfrentarse al reto de regresar a las aulas. Sea como sea su adaptación, tened en cuenta que será todo un aprendizaje para vuestros hijos (y también para vosotros).