Las carencias emocionales en la infancia tienen consecuencias, y una puede ser la adicción

Una de las características que mejor define a un mamífero es su gran vulnerabilidad e inmadurez desde el mismo momento del nacimiento. En el caso de los seres humanos, gracias a unos padres sensibles, empáticos y que basan sus cuidados en los buenos tratos, el menor irá creciendo con seguridad, amor y firmeza. El cerebro del niño, tan frágil como el resto del cuerpo, se desarrollará gracias los cuidados de los adultos que le rodean. No son pocas las necesidades afectivas que los padres debemos cubrir de manera suficiente en nuestros hijos: fomentar su autonomía, protegerles en situaciones de peligro o cuando se sientan vulnerables, la necesidad de ser visto, poner límites claros pero respetuosos, y darles narrativas coherentes y adecuadas a lo que sienten en su cuerpo son solo algunas de las necesidades afectivas que tienen los niños. Siempre digo que estas necesidades tienen que ser cubiertas de manera suficiente, no de manera excesiva. Alcanzar ese equilibrio no es tarea sencilla. Los padres siempre tenemos muy buenas intenciones, pero esto no quiere decir que lo hagamos bien.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando, como padres, no hemos sido capaces de cubrir estas necesidades afectivas? Haremos lo siguiente. Imagina que el neonato viene a este mundo con una gigantesca rejilla metafórica. Dicha rejilla está dividida en cientos de casillas que se encuentran vacías. Cada vez que un adulto significativo detecta una necesidad emocional en el menor, si la cubre de manera suficiente, una de las casillas de esa inmensa rejilla se rellenará. Esta manera tan visual y sencilla de entender la importancia de cubrir las necesidades emocionales la aprendí de Begoña Aznárez —directora de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (SEMPyP)—, una de las personas que más ha influido en mi carrera profesional. Metafóricamente, podríamos decir que la labor de los adultos consiste en rellenar las casillas de nuestros hijos y alumnos. Evidentemente, cuantas más casillas hayamos rellenado, más probable es que sean personas seguras, con pensamiento crítico, empáticas y con capacidad de valerse por sí mismos por la vida.

Los padres no siempre tenemos los recursos, el tiempo y la calma como para rellenar las casillas que hemos comentado en la metáfora. Pero si no se cubre de manera suficiente, entonces es cuando pueden comenzar los problemas. Un menor, ya sea niño o adolescente, que no tenga ese mínimo de rejillas cubiertas necesario para tener una buena adaptación verá cómo su salud mental se pone en riesgo. Una de las problemáticas que más frecuentemente desarrollamos las personas cuando no tenemos suficientes casillas cubiertas son las adicciones. Pero ¿adicciones a qué?

Adicción a cualquier cosa que se pueda pensar: alcohol, heroína, móviles, videojuegos, redes sociales, sexo, compras, trabajo, comida, etcétera. En definitiva, a cualquier cosa. En ese caso, la adicción es, por lo tanto, la manera de seguir hacia delante a pesar de la carencia afectiva que arrastramos desde la infancia. La adicción permite a la persona alcanzar el equilibrio, la satisfacción y la calma que busca de manera desesperada. El circuito del placer del cerebro se encarga del resto y salir de esta rueda es muy difícil. La persona con determinada adicción huye de esa carencia emocional no cubierta en su infancia y la sustituye por algo que no le hace bien, pero que es lo más adaptativo que puede hacer.

Begoña Aznárez nos explicaba en sus clases del máster que imparte en la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia —asociación que lleva más de 40 años dedicando tiempo, energía y recursos a la salud mental— algo que bautizó como “el bucle de la reivindicación”. Se trata de una acción repetitiva que lleva a la persona a reclamar una necesidad emocional que no fue suficientemente cubierta en la infancia. Por ejemplo, el heroinómano le pide a la heroína que le dé la calma que sus padres no supieron darle cuando era pequeño. No tiene otra manera de autorregularse que no sea a través de la droga. La heroína cubre de manera puntual su carencia afectiva, pero es lo más adaptativo que está al alcance de la persona. Encuentra en la droga algo que calma, aunque sea de manera superficial, una necesidad no cubierta. Recordemos que las personas que tienen una rejilla poco rellena tienen una probabilidad mayor de desarrollar una adicción. Otro ejemplo. El niño que no fue visto ni empoderado por sus padres tiene más probabilidad de pedirle a los demás de manera desesperada que le vean cuando sea adulto. Cantantes, artistas, personajes públicos, políticos o famosos pueden llegar a exigir a “su público” que le vean y le muestren su cariño como consecuencia de esa carencia emocional de la infancia. Aquí es donde entra en juego el bucle de la reivindicación. Como no me quisieron ni me vieron de pequeño, le exijo a los demás que me vean y me digan lo bueno que soy de adulto.

Con estos ejemplos, y otros más que seguramente se le ocurran al leer estas líneas, podemos ver la gran importancia que tiene atender de manera responsable las diferentes necesidades afectivas y sociales que tienen los hijos. De lo contrario, la probabilidad de que caigan en una relación de dependencia o adicción, con o sin sustancia, será mayor.

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