Una manera sencilla de explicar la importancia de mirar incondicionalmente a los niños, a nuestros hijos, puede ser exponiendo un caso cotidiano. Un caso que nos puede pasar a cualquier padre o madre. Este ejemplo, uno de los muchos que me encuentro en consulta, podría ilustrarlo bien:
Son las ocho de la mañana y, como cada día, David entra en la habitación de su hijo Julián, de siete años, para despertarle para ir al colegio. David, al igual que Paqui, su mujer, temen este momento del día. No es que empiecen la jornada con buen pie que digamos. Julián suele quedarse remoloneando en la cama a pesar de la insistencia de sus padres para ponerse en marcha. Pasan muchos minutos hasta que el pequeño se pone en pie. Esta situación está generando muy mal rollo en casa y se está volviendo insostenible.
Por este motivo, Paqui y David han decidido consultar con un psicoterapeuta para ver si consiguen dar con la tecla. Han intentado todo lo que está en sus manos para que el niño se levante de la cama a tiempo. Cada vez que salen de casa es un triunfo. Julián va muy bien en el colegio, disfruta de sus amigos y le encanta coleccionar cromos. Tanto es así, que su padre le compra sobres para ofrecérselos a cambio de que se levante y se vista por las mañanas. “¿Quieres estos cromos?” le dice su padre. “Sí, claro que los quiero” replica Julián entusiasmado. “Pues levántate de la cama, vístete y serán tuyos”, le dice David con tono esperanzador.
Los padres le comentan al psicoterapeuta que a pesar de que le encante coleccionar estas estampitas, esta estrategia tampoco ha sido efectiva. En un momento dado de la sesión, este le pregunta al padre: “David, ¿por qué motivo se los compras? ¿Lo haces para que se levante o porque le quieres? ¿Se los compras para modificar su conducta o porque sabes que le gustan?”. La pregunta trata de hacer consciente a David de que la relación con su hijo se está basando en una condición: levantarse de la cama. Es decir, el padre estará contento con su hijo y su conducta, si este hace lo que le pide. De lo contrario, se enfadará con él por no cumplir con sus expectativas y la orden que le ha dado. Es una especie de chantaje emocional como solemos decir coloquialmente: si te levantas te doy los cromos, pero si no te levantas no te los daré.
David continúa en terapia hablando de la relación que establece con su hijo: “Julián es muy extrovertido, alegre y curioso; le encanta hacer planes diferentes. Yo para motivarle le digo que si se levanta a tiempo por las mañanas durante los días de colegio, el fin de semana haremos algo chulo y que le guste”. El terapeuta vuelve a señalar con delicadeza y respeto: “¿los planes de ir a la naturaleza y quedar con amigos solo se llevan a cabo cuando Julián ha conseguido el objetivo de levantarse por las mañanas?”.
Y yo me pregunto: ¿acaso la relación entre un padre y un hijo tiene que estar supeditada a que se levante por las mañanas? ¿Es posible que esa conducta encierre algún mensaje oculto? ¿Tendrá Julián alguna necesidad que no esté siendo suficientemente cubierta por sus padres?
La sociedad actual se caracteriza por mirar en exceso los resultados y no tanto los procesos y las actitudes. Tanto la política como el fútbol son dos de los muchos ejemplos de los que podríamos hablar. Si nos centramos ahora en la educación que les damos a nuestros hijos, padres y maestros damos prioridad también a los resultados y a su conducta. Los adultos que estamos alrededor de los menores solemos establecer una serie de expectativas que, si no se alcanzan, tendemos a retirar privilegios y a aplicar castigos. En ocasiones las madres, los padres y los profesores nos centramos demasiado en las conductas de nuestros niños y nos olvidamos de lo demás. Es como tratar de analizar o conocer un iceberg solo con evaluar su punta. Si juzgamos a un niño o un adolescente solo por su conducta nos estaremos perdiendo a la persona al completo, al igual que sucede con la punta del iceberg.
Volvamos de nuevo al caso de Julián. La manera de proceder del padre solo consigue perpetuar y empeorar la situación, a pesar de que todo lo hace con muy buena intención. Nuestros niños y adolescentes necesitan adultos significativos (madres, padres, maestros, entrenadores, profesionales, etc.) que les traten con cariño, amor y respeto. Estas características las engloba la mirada incondicional. ¿En qué consiste mirar incondicionalmente? Implica querer a nuestros hijos, dedicarles tiempo y cariño independientemente de su comportamiento y/o personalidad. Da igual si sacan buenas o malas notas, si son inteligentes o no, si se muestran sociables con los demás o más bien introvertidos, si cumplen con nuestras expectativas o no, etc.
Sí, mirar incondicionalmente es difícil, pero es una habilidad que se puede aprender, ya que no es innata, hay que desarrollarla. La mirada incondicional es la actitud de los adultos hacia los menores que se basa en no juzgar ni criticar a sus hijos, pero sí que se trata de responsabilizarles de lo que han hecho. Por supuesto que se puede criticar una conducta o un comportamiento concreto, pero nunca debemos juzgar a nuestro hijo.
Mirar incondicionalmente a nuestros hijos supone aceptarles, quererles, jugar con ellos y, en definitiva, relacionarnos con ellos de manera sana, independientemente de sus conductas y resultados. Nuestro amor y cariño hacia ellos no se negocia ni depende de nada.