Es muy habitual en nuestro día a día que mencionemos u oigamos el concepto de empatía, pero ¿realmente sabemos a qué nos referimos? La empatía es una capacidad con la que nacemos los seres humanos y que nos permite comprender los estados emocionales y afectivos de las personas que nos rodean. ¡Qué bueno esto de ser capaz de entender cómo se sienten los demás! ¿Verdad? Entonces, cuanto más empáticos seamos, ¿mejor? Eso creemos habitualmente, pero no es así. La saludable y adaptativa posición de la empatía requiere que esté en un punto medio, es decir, ni ausencia de empatía ni excesiva empatía. Ambos extremos llevan al sufrimiento o a la desadaptación. ¿Y por qué? Pues porque la persona que no tiene empatía está más cerca de ser un psicópata que un ser humano y la persona que tiene demasiada empatía no tiene la capacidad de ver de una manera más objetiva los problemas o estados emocionales de los demás. Es por ello por lo que cuando hablamos de empatía se hace imprescindible hablar del concepto de diferenciación.
Si queremos sentir y entender cómo se sienten nuestros hijos pero sin que nos invadan sus emociones debemos diferenciarnos de ellos. Por eso no es positivo que seamos excesivamente empáticos. Necesitamos ser los suficientemente empáticos como para entender cómo se sienten y saber qué necesitan pero, a la vez, alejarnos lo suficiente de ellos como para poder ayudarles desde la calma, la tranquilidad y la objetividad. Coloquialmente decimos que la empatía es la capacidad de meternos en los zapatos del otro. Y es así, pero yo añadiría una parte final: sabiendo que no son nuestros zapatos. De esta manera, damos importancia a la diferenciación, tan importante como para poder ayudar de manera sana y equilibrada a nuestros hijos. El objetivo que nos planteamos como padres sería que nuestros hijos desarrollen la suficiente empatía como para poder sentir lo que sienten los demás pero sin la intensidad y la realidad que experimentan los otros (diferenciación). Son muchas las situaciones que nos impiden ser empáticos en un momento dado, como por ejemplo, estar muy enfadado. Además, determinadas situaciones como la sobreprotección o algunos trastornos como la psicopatía o la esquizofrenia dificultan el que podamos ser empáticos.
Ahora se nos presenta otro dilema difícil de resolver: ¿la empatía se hereda o se aprende? Todos los mamíferos venimos a este mundo con la predisposición para desarrollar esta habilidad, pero para poder ser empáticos necesitamos que nuestros padres y entorno la estimulen lo suficiente. Por lo tanto, tenemos la predisposición a desarrollar la empatía en nuestros hijos pero debe ser fomentada y estimulada en la familia y en la escuela. Piensa en la siguiente pregunta: ¿sabes hablar alemán? En caso de que no sepamos hablar alemán no será porque no tuvimos esa predisposición u oportunidad al nacer, ya que todos venimos a este mundo con la posibilidad de hablar cualquier idioma, aunque para ello nos lo tienen que enseñar. Lo mismo pasa con la empatía. Es una habilidad que se puede desarrollar y enseñar a quien tiene esa predisposición. ¿Si le enseñara habilidades empáticas a un cocodrilo llegaría un momento en que sentiría las emociones que yo siento? No porque no tiene esa predisposición. ¿Y cómo sabemos que el ser humano tiene esta predisposición a ser empático? Los estudios científicos llegan a la conclusión de que los niños de 18 meses son capaces de recoger del suelo un objeto que se la ha caído al investigador. En cambio, estos mismos niños, no recogen el objeto cuando el investigador lo tira a propósito al suelo. Por lo tanto, tendemos a ayudar y entender al otro. Los niños de 18 meses, según demuestran los estudios, son capaces de diferenciar las intenciones del investigador y, en función de sus intenciones, obran de una manera u otra.
Al igual que existe una determinada zona cerebral que se encarga de interpretar lo que vemos (lóbulo occipital) o que nos permite concentrarnos en una tarea (corteza prefrontal), ¿existe un área cerebral donde se localiza la empatía? Los estudios llegan a la conclusión de que la empatía se localiza en el giro supramarginal, ubicado en el cerebro superior. Gracias a estos estudios podemos entender por qué los niños pequeños no son capaces, generalmente, de mostrarse empáticos. Encontramos dos razones de peso:
- Se encuentran en una fase egocéntrica que no les permite atender nada más que sus necesidades para poder sobrevivir
- El giro supramarginal no se ha desarrollado lo suficiente como para poder centrarse en las necesidades y emociones de los demás. Por lo tanto, hasta que el giro supramarginal no se haya desarrollado cerebralmente lo suficiente, no podemos exigir a nuestros hijos pequeños que sean empáticos, aunque eso no quita para que lo trabajemos con ellos aun siendo muy pequeños.
Una vez que ya entendemos lo que es la empatía, que se puede aprender gracias a la predisposición genética que tenemos todos los mamíferos y que se localiza anatómicamente en el giro supramarginal, ¿qué podemos hacer las madres y los padres para fomentar la empatía en nuestros hijos?
Si quieres que tu hijo sea empático, lo mejor que puedes hacer es mostrarte empático con él. Así de sencillo.
- La empatía se desarrolla en las relaciones sociales. Nadie aprende empatía a través de un manual o una presentación PowerPoint. Se desarrolla en contacto con los demás.
- Ser empático no consiste en dar consejos o decir lo que hay que hacer, sino en comprender, apoyar y, simplemente, acompañar. En vez de decirle “deberías” o “tienes que…” intenta decir “te entiendo” o “sé que lo estás pasando mal”.
- La empatía saludable requiere un punto medio: ni ausencia de empatía ni identificación total con sus emociones. Los niños no quieren que nos identifiquemos al 100% con sus emociones. De esta manera, podremos ayudarles y entenderles desde la calma.
- Juega con tus hijos a adivinar cómo se sienten los demás y qué estados emocionales están experimentando. Es como jugar a ser detectives de las emociones o estados de los demás.
Desgraciadamente, hoy en día estamos cayendo en una sociedad cada vez más individualista y egoísta. Es importante que recuperemos nuestros orígenes. Estamos predispuestos genéticamente a entender a los demás y a ayudarlos. Si es así, ejecutemos esta posibilidad y ayudemos a nuestros hijos a desarrollar en ellos la empatía. Será beneficioso para ellos y para la sociedad del mañana.