Imagina una elegante carroza que lleva en su interior un niño pequeño de unos tres años. El niño va cómodamente en su asiento camino de algún lugar. La carroza se mueve por las arterias de la vida gracias a dos caballos que tiran fuertemente de ella. En la parte superior se encuentra el cochero que es quien se encarga de indicarle a los caballos el camino a seguir. Si los caballos están bien domados y entrenados para que hagan caso al cochero, no hay ninguna duda de que ese pequeñín está en buenas manos y llegará, sano y salvo, a su destino. Quizás no sepa a dónde tiene que ir, pero no importa, ya que el cochero es una persona de confianza que protege en todo momento al niño y le llevará a buen puerto. La descripción de esta breve historia tiene cuatro elementos principales que se corresponden, metafóricamente, con los elementos imprescindibles para un buen autocontrol. La carroza simboliza nuestra vida, camino de algún lugar; el cochero la capacidad ejecutiva (concentración, control de los impulsos, planificación, toma de decisiones, etc.); los caballos son la expresión de las emociones y los impulsos, que disponen de una gran fuerza pero de poca razón; y para acabar, el niño simboliza a la persona en cuestión de la que estamos hablando.
Lo cierto es que el dominio de los impulsos, las emociones y las necesidades es algo que se aprende a lo largo de la vida, no disponemos de la capacidad de autocontrol desde el momento del nacimiento. El chiquitín de tres años no tiene la habilidad de decirle a los caballos hacia dónde deben ir, motivo por el cual, es imprescindible la presencia del cochero, una persona madura que vela por los intereses del menor. Él se encargará de dirigir a los caballos por la senda correcta. Ejemplifica una cabeza bien amueblada y con capacidad de decisión. Somos las madres, los padres y los maestros los encargados de ejercer de cocheros de nuestros hijos.
Suelo utilizar esta metáfora que hace muchos años leí en uno de los libros de Jorge Bucay para explicar que el autocontrol es algo que se aprende a lo largo de los años y que requiere de varios requisitos. No podemos exigirles a nuestros hijos pequeños que se gestionen emocionalmente solos, que inhiban sus impulsos, que se tranquilicen sin la presencia de un adulto o que tomen decisiones de manera racional y consciente, puesto que esto es algo que se adquiere con la edad y la experiencia. Cuando el niño es pequeño, necesita del cochero de su carroza, que simboliza a los referentes que tiene a su alrededor. Hasta que el niño no va sumando años y experiencia, debe tener un cochero que le ayude en todos los aspectos de su vida y, sobre todo, en su autocontrol y autogestión.
Una de las variables psicológicas que más interés y preocupación suscita a madres, padres y maestros es, sin lugar a dudas, el autocontrol. La impulsividad de los niños y el aprendizaje de las destrezas del cochero es algo por lo que muchos padres nos consultan habitualmente a los profesionales. ¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Tiene solución? ¿Es normal o debo preocuparme? ¿Por qué es tan impulsivo? El autocontrol es una habilidad que se aprende y se debe estimular en casa y en la escuela. Podemos definir el autocontrol o también llamado inhibición de impulsos como la capacidad aprendida cuyo objetivo es controlar necesidades, instintos, emociones y pensamientos. ¿Alguna vez has pasado por un escaparate de una pastelería y no has podido resistirte a comprar una palmera de chocolate o un croissant que tenía una pinta impresionante? De esto se trata cuando hablamos de autocontrol, de parar o retrasar algunos impulsos o emociones que, por el motivo que sea, no conviene ni debemos ejecutar. El autocontrol es aquella habilidad en donde aprendemos a inhibir o demorar una necesidad. Es resistir la tentación, ir en contra de lo que nos dicta nuestro cerebro caliente e impulsivo.
Los estudios han demostrado que la genética influye poco en la adquisición del autocontrol. Lo más importante para desarrollar esta capacidad en nuestros hijos es el ambiente donde nos desenvolvamos y las personas que tengamos cerca. El autocontrol es una función ejecutiva que se ha comprobado una y otra vez que es fundamental para una vida exitosa, sana y equilibrada. El neonato no tiene ninguna capacidad de controlar sus impulsos, debido a que su corteza prefrontal, sede del autocontrol en el cerebro, es tremendamente inmadura.
Walter Mischel fue un prestigioso y conocido psicólogo que a finales de la década de los años sesenta del siglo pasado desarrolló su famoso test de la golosina en la universidad de Stanford (California, Estados Unidos). Él mismo reconoció que nunca tuvo una gran habilidad para autocontrolarse, motivo por el cual dedicó su vida laboral a investigar sobre este asunto. El test de la golosina era una prueba de laboratorio que el experto y su equipo realizaron a niños de preescolar. Para ello, el investigador acompañaba a un niño de cuatro o cinco años a una sala en donde se sentaba delante de su golosina favorita. El investigador le decía al niño que tenía que salir a hacer un recado y que en cualquier momento podía tomarse la golosina, pero que, si cuando regresara no se la había comido, le daría una segunda golosina.
La prueba que habían ideado era una tarea de autocontrol o de resistir la tentación. Siguiendo con la metáfora de la carroza, querían ver cuánto de maduro era el cochero y quién ganaría este pulso: el cochero (la razón y la demora de la gratificación) o los caballos (los impulsos y las ganas de comerse la golosina). Vieron que los niños de tres años rara vez aguantan la tentación de comerse la “chuche” durante los 20 minutos que estaba fuera el investigador y que, a partir de los cuatro-cinco, empezaban a superar la prueba. El motivo es bien sencillo: a menor edad, menor desarrollo de su corteza prefrontal y, por lo tanto, mayor probabilidad de dejarse llevar por los impulsos (caballos) y no por la razón (cochero).
Mischel hizo un seguimiento de estos niños a lo largo de los años y volvió a entrevistarles en su etapa adolescente y adulta para ver qué tal se manejaban en su vida. Vieron que los niños que superaron el test de la golosina, años después eran más sociables, con mejores resultados académicos, mejores puestos de trabajo y con mejor capacidad de autocontrol y regulación emocional. Desde luego que es una prueba que os animo a hacer en casa a vuestros hijos pequeños. Creo que hay pocas pruebas con tan buena capacidad de predicción futura como el test de la golosina.
Pautas generales para potenciar el autocontrol en los niños
1. El pensamiento puede ser un gran aliado: los niños que superaron el test de la golosina reconocieron a Mischel que pensar fríamente les ayudaba a no caer en la tentación. Por ejemplo, ver esa palmera de chocolate y pensar que quien la hizo no se lavó las manos al salir del baño, disminuye la probabilidad de comértela.
2. Los planes “si…entonces” son muy efectivos: el hecho de explicitarles a nuestros hijos la secuencia que llevaremos a cabo ayuda a no salirse del “guion”. Por ejemplo, “si haces tus deberes ahora, entonces podremos jugar luego un rato juntos”. Este tipo de planes “si…entonces” son muy efectivos con niños y adolescentes con impulsividad o con TDAH.
3. Visualizar las consecuencias futuras: cuando aparece el impulso y la tentación, si pensamos en las consecuencias que tendrá para nosotros el hecho de llevar a cabo nuestro impulso, la probabilidad de ejecutarlo disminuye. Ser consciente de lo que hacemos y de las consecuencias de nuestros actos aumenta la probabilidad de que asumamos el control. Por ejemplo, pensar en lo mal que nos sentiremos después de tomarnos un trozo de tarta cuando hoy es nuestro primer día de régimen, disminuye la probabilidad de que lo hagamos.
4. Recuerda, el autocontrol se aprende, no se exige: no nacemos con la capacidad de autorregularnos, sino que lo aprendemos de la mano de nuestros seres significativos. La corteza prefrontal es muy inmadura en bebés y niños pequeños. Solo nuestra paciencia, cariño y perseverancia les ayudará a desarrollarla de manera equilibrada y sana.